Mónica, has lanzado una pregunta al aire sobre lo que para cada cual significa la canícula.
Lejos de reproducir lo que los diccionarios y enciclopedias cuentan, si me lo permites, te diré que para mí la canícula y su sentir es el sopor y la siesta, el sonido de las chicharras en el día y el de los grillos al anochecer, el de los animales cobijados en las mejores sombras, y el del renacer de las serpientes, lagartijas y salamanquesas.
El de las charcas empequeñecidas y rodeadas del brillo de sus sales o de las tierras agrietadas y el de la huida de muchas de sus aves. El de las jóvenes crías. El de la presencia de mosquitos, libélulas y efémeras.
Es el periodo de las vides verdes, el de los tonos parduzcos de los campos castellanos o el de los norteños tras la siega, y el del dorado de los girasoles, que tanto dependen del sol, que sólo cuando se mueren cambian de color y únicamente miran a la tierra.
Es también el tiempo de las ilusiones ópticas, el de las brumas amanecidas en la mar, el de la calina en la ciudad, y el de las nubes de evolución, el de las tormentas y el de los arcoíris en el cielo.
Y, como no, el del merecido descanso para los humanos.
Isabel Fernández Bernaldo de Quirós
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Imagen: Laguna de Marrancha en el mes de julio
Isabel Fernández Bernaldo de Quirós