Estaba el lirón dentro de un tronco y tiene un sueño tan profundo que el flash no le despierta.
Roberto Ragno
Roberto Ragno
La calle era un baile de hojas que acababan flotando en los charcos, alfombrando la acera, volando entre los edificios, perdidas sin su rama y sin su árbol. Pero el ginkgo de la plaza de la Lealtad, frente al palacio de la Bolsa de Madrid, ni se inmutaba, con todo el oro cayendo de sus hojas en abanico. La manera en la que se ramifica el ginkgo recuerda a la caligrafía japonesa, un “kanji” con el pensamiento de un filósofo chino: “Un cuadrado infinitamente grande no tiene cuatro esquinas” (Laozi). Lo que yo daría por ver los rodales de ginkgos en Szechuan, descendientes de los que convivieron con los dinosaurios. El ginkgo es una gimnosperma del Jurásico que podemos contemplar hoy con vida. Su belleza al final del otoño, al principio del invierno, es inigualable. De luz y de oro. El árbol de Navidad de cuando no había Navidad. Ni un alma sobre la Tierra. La belleza para nadie.
Feliz Navidad,
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno