Hay anémonas de mar que en los acuarios son capaces de reptar por los cristales como por las paredes de las rocas.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
Ni en el diccionario viene esta palabra que anidó en mi cabeza cuando iba por la Castellana en el 27. Fue en uno de esos días grises que también tiene Madrid, cuando la gente, con el frío, va tan callada que sólo se oyen los coros de toses. Los ojos, a veces creo que no miran; cazan imágenes al vuelo para dejarlas en el corazón albergadas. Porque nada más pasar el hotel Villa Magna, cruzando Ortega y Gasset (“ese par de sinvergüenzas”, que le dijo un taxista a mi abuela) hay un edificio antiguo de un amarillo limón muy claro que sirve de telón de fondo a un roble que tiene las hojas marcescentes, es decir: aunque secas, todavía en las ramas. Marcescentes: no caerán hasta marzo, como las hojas del quejigo y del melojo, esperando a las nuevas. Pero nos falta definir la marcescencia: cualidad de algunos árboles por la que, ni en el más crudo de los inviernos, dan todo por perdido.
Buen domingo,
Mónica Fernández-Aceytuno