Aunque luego lo devolvieron al agua, este es el pez luna que sacaron ayer unos bañistas del océano.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
Como ya sabréis los que me seguís por Instagram o por mi Twitter, ayer estuve en un desayuno con Elena Poniatowska, la flamante premio Cervantes.
Con este despiste monumental que tengo y que va a más con los años, acrecentado por este regreso a Madrid tras veinte años de vivir en una aldea, resultó que al llegar al Casino, como tengo la mala costumbre de llegar con más antelación de la que debiera, me encontré el hall vacío, y como nunca había ido a uno de esos maravillosos desayunos que organiza el Foro de la Nueva Comunicación en el Casino, no tenía ni idea de que había que ir directamente al artístico salón de la segunda planta, y no como lo que hice yo, al estar en la entrada la mismísima y encantadora Elena Poniatowska.
¿Cómo no acercarme a felicitarla? Y cómo dejar de acompañarla si cada vez que hablaba era como si se abriera un libro, al empezar a narrar anécdotas de la entrega del Cervantes que no voy a reproducir aquí porque será ella quien las escriba.
Pero sí puedo contar que hasta que me dí cuenta de que estaba donde no debía, pasó un buen rato, al extrañarme de que no hubiera nadie más que yo, y diez personas más para aquel importante desayuno.
Como le comenté luego a mi marido: ¡Cuánto mejor y con cuánto más acierto me desenvuelvo con mis vecinos de Carraceda!
Pero ahí no acabó todo. Con la ayuda de unas antiguas compañeras de la radio, mucho más avezadas que yo, iniciamos el camino correcto hacia la segunda planta donde casi no se cabía de la cantidad de personas que ocupaban el maravilloso Salón Real del Casino. Había tantas cosas para mirar y tantas personas interesantes a las que ponerles con la memoria nombre, que no me daba la vista para observar y pensar a la vez en quiénes estaban allí y qué hermosas eran las lámparas.
Tras un discurso espontáneo y maravilloso de Elena Poniatowska a la que si tuviera que definir, diría que es la dulzura envuelta en la inteligencia, empezó el turno de preguntas, algunas de ellas tan luctuosas que un silencio negro bajó del cielo azul del hermosísimo salón para dejarnos a todos grisáceos. Luego, afortunadamente, habló Poniatowska de los “solecitos”, que son los niños, y las pirámides de naranjas, oro líquido llamó al jugo de naranja que en ese momento bebíamos.
Habló de las mujeres florero y de lo importante que es aguantar las espinas para llegar a ser la mujer flor y no florero. Algo así dijo, pero lo más probable es que no fuera exactamente así, porque yo me entretenía mientras respondía a las preguntas mirándolo todo, y mirándola a ella, con un blusón mexicano precioso, blanco y bordado en negro, y unos pendientes y collar de colores pastel, como para decir que no todo es blanco o negro, sino que está lleno de matices. La sonrisa muy franca y con esa bondad que procede de la compasión, del que ha sufrido o ha visto sufrir y se ha compadecido. En los labios llevaba un tono un poco rojo, de alegría, aún de vivir. El pelo, maravilloso y blanco. Elegantísima en su gesto y su palabra y su rostro y su figura, Elena Poniatowska.
Seguían la preguntas y aquello empezaba a pesar un poco más de la cuenta ¡hasta por la energía, no la de escribir sino la de los combustibles, le preguntaron! así que de pronto, me vi en la necesidad de poner alguna flor entre tanta política y apunté mi pregunta para que la pasara al moderador una de las azafatas. Seguí con la mirada el papel que había escrito y con los ojos leí el pensamiento del moderador: “Qué pregunta más tonta”. Aunque seguramente leí mal porque cuando Poniatowska empezó a hablar de las flores negras, al poco tiempo, José Luis Rodríguez, presidente de la Nueva Economía Fórum, tuvo el valor de hacer en voz alta mi pregunta. Era casi la pregunta final.
Resultó que sí, que Elena Poniatowska tiene una flor preferida, que era la flor de su abuela y la su madre (Paula Amor Poniatowska, quien escribió un libro titulado precisamente así: “Nomeolvides”).
Mientras hablaba de esta flor se le iluminaron las palabras como si significara mucho más para ella que una planta.
Salí de allí sabiendo que si para Proust su flor preferida era la de los espinos blancos, para Elena Poniatowska es el nomeolvides. Será difícil olvidarlo.
Buen fin de semana a todos,
Mónica
Mónica Fernández-Aceytuno
FOTO: Nomeolvides silvestre (Myosotis sylvatica) AUTORA: María