Lo que Hopper y López ven en la ciudad no es la gente, sino sus almas transparentes, y la soledad de la luz sobre los edificios.
Mónica Fernández-Aceytuno
Mónica Fernández-Aceytuno
El reloj. Así llamaba mi madre, siendo yo niño, a la infrutescencia de diente de león. Para adivinar la hora mi madre soplaba tantas veces como fuera necesario para que los frutos se fueran volando. Cada soplo equivalía a una hora. Siempre acertaba. No en vano antes de empezar a soplar consultaba su reloj de pulsera.
Muchos años después me enteré que se trataba de un taraxacum, el T. dens leonis. Lo encontré nada menos que en un invernadero del Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas, en lo que ahora pomposamente se llama Palacio de la Moncloa. España estaba sufriendo el bloqueo internacional, carecía de petróleo e intentaba obtenerlo de fuentes alternativas. La más interesante parecía que era la de las pizarras bituminosas de Puertollano, pero se estaba trabajando también en fuentes renovables, como era el caso del diente de león, entonces en fase de domesticación.
Se acabó el bloqueo, España pudo reanudar sus importaciones de crudo y pasaron a la historia los gasógenos de los automóviles, las pizarras bituminosas y el diente de león. Ahora, 60 años después, el mundo entero está buscando la forma de sustituir los carburantes fósiles por aquellos obtenidos a partir de recursos renovables. A lo mejor estamos en la hora en punto que nos daba el diente de león.
Un abrazo. Joaquín
Joaquín