No sé por qué veo las grietas por las que la vida se abre paso.
MF-A
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9:50 Y aquí ampliar la fotografía pinchando sobre ella y, entonces, entre las ramas se ve al zorzal, grande y moteado. Me parece que es un Zorzal Común, pero aún no estoy segura, porque siempre lo veo de lejos, echa a volar en cuanto me acerco.
Desde donde mejor puedo observarlo es desde la ventana de mi despacho, y así anteayer pude darme cuenta de que no es uno, sino una pareja de zorzales, lo que estoy viendo estos días, pues al fin, vi a los dos juntos, comer del barro que dejan con sus cascos y la lluvia, sobre la tierra, los caballos.
Destaca su plumaje blanquecino y moteado del pecho, tan limpio, tan claro, sobre el barro ennegrecido por el frío y el agua.
Cuando bajo, y trato de fotografiarlos, salen volando, con un vuelo muy decidido y vigoroso en el que toman la suficiente altura como para posarse en las ramas del olmo. Y allí esperan a que me vaya para volver a escarbar el barro.
He leído que además de lombrices e insectos, les gusta especialmente a los zorzales los caracoles de la especie Cepaea nemoralis.
Y aquí se enlaza la presencia de los zorzales con el rastro que ayer veíamos sobre la pared de mi despacho. Todo es uno: el caracol, mi oído y el zorzal.
Porque puede que, a partir de enero, gracias a los moluscos terrestres se empiece a oír desde aquí el canto del zorzal mientras crían. Pura fortuna es tener caracoles. Pura música. Turdus philomelos, es el nombre científico de los zorzales comunes.
Feliz día y hasta mañana,
Mónica Fernández-Aceytuno
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