Como si una madre
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Estimada Mónica:
En tiempos, los campesinos solían confeccionar con esparto verde
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Estimada Mónica:
En tiempos, los campesinos solían confeccionar con esparto verde, esteras,
sogas, soplillos, etc… Pero esta planta una vez tratada ampliaba su
utilidad para usos más industriales, por ello si se entrelazaba con el
cáñamo se hacían suelas para calzado, maromas, etc…. Bastantes años
después aparecieron las fibras sintéticas que eliminaron en gran parte el
uso del esparto.
Algunas personas trabajaban el esparto verde para confeccionar entre otros
enseres, un artilugio llamado en mi tierra “cachulero”, que es una especie
de saco de unos 15cm de largo, algo más ancho en su parte central, con forma
de riñón y una apertura en la parte superior, entrelazado en forma de red
con orificios no más grandes del tamaño de un dedo pulgar. Este objeto
servía a los campesinos, para que llevándolo colgado al hombro metiesen en
su interior los caracoles que encontraban a su paso. Como estaba bien
ventilado, cuando terminaban su jornada, lo dejaban colgado en la pared de
la vivienda unos días antes de cocinarlos, y entretanto eliminaban sus
excrementos.
En España se conocen varias clases de caracoles para consumo humano, las
variedades más corrientes ya se crían y reproducen en granjas. Hay otros que
son muy sabrosos y quizá más escasos que se llaman Serranas o Serranos que
se crían en sierras de monte bajo, en zonas de Levante; estos son de
caparazón claro, casi blanco. Los más pequeños de estos moluscos son del
tamaño de una moneda de diez céntimos de euro, quizá más sabrosos para comer
en salsa o en fritura de tomate y se llaman: Chupaeros.
En una ocasión apoyé en el dorso de mi mano un caracol y al deslizarse sobre
ella me iba mordisqueando. Como los Caracoles son vegetarianos quería saber
por dónde andaba ¿Sería una rama de naranjo?. ¿Sería un tallo desconocido? .
Es curioso ¿no?.
Hace bastantes años estaba yo en París paseando por un camino de herradura
en el Bois de Boulogne, estaba lloviznando y de pronto ví un caracol que me
dejó sorprendido, y exclamé ¡Cáspita!, ¡este caracol es tres veces más
grande que uno de los que existen en mi tierra!. Entendí por qué en los
restaurantes franceses se sirven en un plato con hoyuelos, con un máximo de
cuatro o cinco unidades. Este plato especial se acompaña con dos
instrumentos para manipularlos, una especie de tenaza para sujetar el
caparazón y un tridente como el de “pedro botero” (en miniatura), para
sacar el contenido.
Me vienen a la memoria otros casos de comparación de tamaños. Estábamos
pasando unos días en casa de unos amigos en el Norte de Europa .Un día, en
un frondoso bosque, ví una Urraca en un pino y exclamé ¡Cáspita! si es el
doble de grande que las de mi tierra. Al día siguiente de mi estancia allí,
me asomé a la ventana y ví dos Liebres y dije ¡Cáspita! si parecen Canguros
pequeños… ¡Qué salvajes!. En otra ocasión paseando cerca de un lago, cuya
orilla casi parecía una playa le dije a mi amigo, ¡Oye qué pena que la gente
venga aquí a hacer….! El me dijo ¡Hombre no, si es de los Gansos!, a lo
que yo respondí, ¡Pero cáspita, qué exageración!. Otro día pasó un Alce, y
ya ni exclamé ni dije nada y pensé, ésto es una cabra que estaba pastando en
Carrascoy cerca de mi pueblo, la han traído aquí y con el tiempo se ha
convertido en un Alce.
Los últimos días de nuestra estancia, nuestros amigos procuraron llevarnos a
conocer una parte de su pais. ¡Pinos…, venga carreteras sinuosas… y más
pinos!. Dije “parece que me estoy mareando”, paró, bajé y mientras estaba
aireándome, tuve la mala fortuna de poner el pie derecho encima de un
hormiguero. Entré de nuevo en el coche y noté una revolución en la pierna.
Mi amigo tuvo que parar otra vez, volví a bajar, me bajé el pantalón, y
aquello era una revolución de Hormigas en toda mi pierna, como cuando
tocaban generala en el campamento de IPS a las tres de la mañana, y dije
“¡Cáspitaaaaa!” con todas mis fuerzas, por no decir otra cosa y en atención
a las señoras. Una hormiga se me había enganchado en mis partes nobles.
Desde entonces recomiendo que cuando alguien esté cerca de un hormiguero y
vea estos bichos rubios o negros con el culito levantado, apuntando al cielo
y la boca abierta, por favor, huyan que son unos monstruos.
Quiero terminar con una historia de final feliz. Era un caluroso día de
Agosto en mi tierra. Estaba yo a la sombra de un árbol leyendo mientras que
en una de las ramas, a tres metros, había una Chicharra que no se cansaba de
cantar y cantar. Yo estaba más pendiente de ella que del libro. De pronto
empezó a suavizar el sonido con intervalos de cantos y silencios, como
suspirando. Me fijé en ella y ví que por la misma rama aparecía el “galán”.
Entonces la hembra dejó de cantar, el que se acercaba no decía ni pío, se
abrazaron, se acoplaron y todo quedó en silencio. Me levanté con cuidado
para no molestarles. Ellos siguieron callados. A la vez que me retiraba, iba
pensando que para aquellas dos chicharras casi dormidas de placer, sería
quizá la primera y la última vez que la grandeza de la creación les estaba
permitiendo culminar los sublimes segundos de la procreación.
Un saludo,
Jerónimo
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Estimada Mónica:
En tiempos, los campesinos solían confeccionar con esparto verde