Mis hijos, quienes me han traído tan alto, nada menos…
Las chovas
Incluso en lo más alto, el cielo tiene sus pájaros.
No os podéis imaginar lo que me ha gustado observar las chovas piquigualdas, nada menos que a 2.540 metros de altitud.
En ocasiones pasaban por encima de mí, lo que me permitía ver sus patas rojas, con las que se rascan cuando están posadas, y que en vuelo llevan replegadas como si fueran las de un tren de aterrizaje.
Hay a quién le parecerá que no son más que otros córvidos, pero de verdad que pocas cosas he visto más bonitas que su vuelo sobre la nieve recién caída la noche anterior, bajo el sol y el cielo de un azul tan profundo, allí arriba; o cuando se posan sobre la vegetación de unos riscos que recuerdan a las rosquillas glaseadas con azúcar.
Y la voz. Se oían las chovas llamándose unas a otras y su voz retumbaba como si estuviéramos dentro de una cueva blanca, con un sonido como de cristal que me recordó al de los charranes por la ría; sonidos, al fin y al cabo, todos de agua, marina, o dulce, hecha nieve.
De las chovas, he encontrado un artículo que escribí en 1998 gracias a lo que me contaron sobre las chovas piquirrojas y piquigualdas de los Pirineos.
Casi veinte años después, he podido verlas en los Alpes.
Un fuerte abrazo para todos,
Mónica
LAS CHOVAS PIQUIRROJAS ANUNCIAN FRÍO Y NIEVE
Mucho frío, mucha nieve, mucho viento tiene que haber allí arriba para que las chovas piquirrojas bajen de las cumbres pirenaicas con el pico rojo, y las plumas de cuervo, y el canto de gaviota.
Ayer por la mañana, el ornitólogo César Pedrocchi las oyó pasar sobre Jaca y lo primero que pensó fue en el frío de las cumbres.
Hay otras chovas, las piquigualdas, cuyas voces en bandada recuerdan al repiqueteo de las campanas y que también viven, como las piquirrojas, en los acantilados de las alturas. Se trata de córvidos que han criado en colonias afincadas desde tiempos inmemoriales en la alta montaña y a las que el frío y la falta de insectos, obliga a descender hacia los valles, hasta la falda de los montes. Cada lugar tiene una clave para adivinar el tiempo, aunque sea de lejos. Pero la vida: los pájaros, los árboles, las plantas, han dejado de anunciar el tiempo meteorológico, perdida en otro tiempo, el que más pesa.
Ya no pregunto ni a José,el sabio de mi aldea,si se sabe qué tiempo hará. La última vez que lo hice, se quedó callado un rato y me dijo: “No sé, aún no fui al París a leer el periódico”.
Aún así las chovas piquirrojas sobrevolaron ayer Jaca, y anunciaron el frío y la nieve en las altas cumbres, y dejaron en el aire su canto de gaviota.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC,Sábado 10-10-1998
aceytuno.com