Hace unos días quedamos un grupo de amigos para subir…
Las Médulas
¡Cuántas veces no habré pasado por delante de la salida hacia Las Médulas sin tomarla!
Hasta ayer.
Y ¡qué maravilla!, de verdad os recomiendo que salgáis por el kilómetro 400 de la A-6 porque no sólo merece la pena ver estas minas de oro, la manera en la que horadaban la montaña con el agua que traían para arruinarla y que, al caer, soltara el oro, sino el trabajo que hizo después el verdor, la vegetación de la que ahora quiero saber todo, y la dulzura con la que, a la montaña, le va curando las heridas hasta casi hacer olvidar a la tierra que, allí, había montañas.
Tengo que ordenar mis pensamientos y sensaciones para escribirlas en un artículo, que es sólo escribiendo, como diría Julián Marías, como verdaderamente pienso y entiendo lo que he visto.
Pero, si tenéis la oportunidad, no dejéis de ir porque, además, el camino, los bosques por los que avanzas para llegar hasta allí son algo único, bosques de los que ya casi pensabas que no existían, unido al asombro y la emoción de estar tocando árboles que siguen vivos, castaños florecidos, milenarios, plantados por los descendientes de los romanos que llegaron a Las Médulas en el siglo I y II.
Comprendes que los castaños fueron introducidos como el trigo para la alimentación y a su sombra notas los siglos que no has vivido.
Un fuerte abrazo para todos,
Mónica