Las cosas que escribes, te siguen. Te salen después al…
Los geranios
Los geranios que se regalan prenden mejor que los que se plantan para uno mismo porque ese tiempo que pasa el esqueje en un cubo de agua, o envuelto por el aire, le hace desear más la tierra.
Así empieza todo en los pueblos: alguien planta un esqueje de geranio, y por la fuerza del ejemplo, de ver los balcones florecidos del que vive enfrente, se establece, de mano en mano, la mejor competencia que puede haber en un pueblo, que es la competencia por la belleza. Si no fuera por los geranios, parecerían pueblos abandonados, tomados por los vencejos sobre el azul del cielo, volando a ras de los tejados, entre las fachadas de arena y de adobe, de cuyas puertas cuelgan cortinas de cuentas de colores para que no pasen las moscas, aunque estén las puertas abiertas. Nadie entra ni sale, pero hay geranios en los balcones: alguien riega de noche las plantas.
Aguantan bien los geranios nuestros veranos porque proceden de Sudáfrica, ya que los verdaderos geranios son los discretos geranios silvestres que se dan en los ribazos y en los terrenos incultos, y estos geranios que cultivamos son en realidad pelargonios, que es una palabra de etimología griega que quiere decir cigüeña, porque sus frutos recuerdan al pico de esta ave.
ABC, 9-7-2009
Aceytuno
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Buenos días, os pongo este artículo porque es la primera vez que tengo geranios en mis ventanas.
Ayer, aunque los buscaba en blanco, me decidí al fin a ponerlos, una idea que me rondaba en la cabeza desde que visité Córdoba.
Había rosas y rojos, y al final me traje éstos, con la hoja sin tomento y con forma de hoja de hiedra.
Siento curiosidad por ver sus frutos, con forma de pico de garza, o de cigüeña.
De momento, dejo aquí sus flores, que es ahora lo primero que veo cuando me despierto, bajo el chilrío de los vencejos.
Buen fin de semana a todos,
Mónica
Me deleita tu prosa. Amo la palabra y el decir… porque en el habla la idea se configura, se arma la imagen… y se ve.
Todo ocurre en mí pero gracias a ti, que te encargas de los términos que definen, de las pausas que dan los signos para que uno “arme” su cuadro en estampa mental.
Y después del rato de embeleso con la palabra, uno pueda dejar caer, como tan natural… un ¡qué bonito!