MARINEROS

SILENCIOSOS MARINEROS

Me gusta el puerto de Ares porque es más marinero que deportivo.

Por mar se llega relativamente pronto desde Sada pero no está muy bien comunicado por carretera, lo cual le da al lugar un aire singular, de especie acantonada, que son las más originales de todas.

Desde el puerto de Ares miras hacia atrás y se ven los montes azules y el mar plateado de la cantidad de veces que los rayos del sol rebotan en los picos que el viento, aunque solo sea una ventolina, saca al agua. Vas aminorando y el puerto se ve al fondo también azul con sus barcos, algunos cargados de nasas, que ahora consisten en una suerte de cestas metálicas con una red muy ancha y un tubo de tubería gris a modo de trampa por donde entran los pulpos para no salir y que podría ser el trozo de un tubo de un canalón para la lluvia.

Hace calor porque en Ares es como si todo el sol del mediodía se concentrara ya que la bahía traza una media luna con el monte y la playa, y todo se recoge y se resguarda aquí del viento del norte. La arena es muy blanca, más blanca que en otros lugares de la misma ría, como si los moluscos de los que estuviera hecha tuvieran un periostraco más nacarado. Todo brilla en Ares.

Empiezas a caminar y hasta que llegas al Bitákora, que es la taberna restaurante del puerto, ya puedes ver algún pesquero que atraca, y quisieras acercarte hasta allí para hablar con los marineros, mirar la descarga del pescado, sacar quizás alguna foto, pero todo esto en Ares estaría muy mal visto porque son personas discretas.

Aman tanto el silencio que hay un letrero a la entrada de la taberna que dice: “Prohibido niños inquietos”, como si el restaurante, que no es pequeño, amara por encima de todo la paz que da mirar al mar mientras se come.

Ponen en el Bitákora, cocinado en cuenco de barro, el mejor arroz al cantil que he probado. Al lado, mientras tomábamos el arroz, se sentaron los marineros. Como la brisa marina que entraba por la puerta no hicieron ningún ruido. Seis marineros con cara de tristeza, como si sintieran pena de sí mismos por tener que seguir navegando. Pidieron el menú del día. Albóndigas con patatas.

Tenía que haberles preguntado si habían visto también tiburones en las islas Sisargas, pero no me atreví.

Hablan poco.

Comen y miran.

Han visto tanto mar que llevan dentro el silencio del fondo marino.

Mónica Fernández-Aceytuno

republica.com, 2012

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