matalauva.

f. Pimpinella anisum y otras especies anuales apiáceas que reciben esta denominación de matalauva, además de matalahúva, matalahúga, anís y anís verde, que se crían silvestres en las fincas donde no se echan herbicidas y aparecen cubriendo grandes extensiones de delicadas flores umbelíferas blancas ya que al poseer múltiples propiedades fue muy cultivada y ahora las semillas descendientes germinan a la menor ocasión que tienen.


Cuando éramos niños se nos permitía fumar cigarrillos de matalauva por San Antón.

Juanra Sánchez

Matalahúga / Domínguez

Matalauva / Joaquín


¿Adónde se habrá ido esta palabra? ¿En qué estaca de las puertas del campo estará llorando que Muñoz Rojas ya no va a pronunciarla? Palabras que nacen del empeño en que nada quede sin nombrar, si es que nos salió al paso, y creemos que somos nosotros los que vimos una planta y es la planta la que nos mira y dice: «escribe, por favor, de mí». Yo imagino así a todas las plantas del campo andaluz saliendo al paso de Muñoz Rojas, o un jarrón de mimosas que se coloca en la ventana, y que le dice, escribe de mí, nómbrame, di algo que no muera con mis hojas y mis flores, di algo, que solo voy a vivir unos días, unas horas, un año. En realidad, el poeta, es un notario, que dice: doy fe: esto vive. Esto pasa. Esto ha nacido sobre la tierra, esto da sombra, esto vuela, esto tiene el color de la luna. Esto. Esto. Esto. Para que no pase por la vida como si no hubiera pasado. Para que arrumbada en su cuneta, la más humilde de las hierbas, sea la reina por un día y para siempre. Y así el poeta nota un cansancio que le va venciendo, y se agota en cada palabra que no le cuesta escribir, porque le sale como la hierba silvestre al pensamiento, pero que al final le deja exhausto, con un cansancio que es el pago que abona el poeta a la hierba por haberla recreado, y por eso nota que se crece y se desgasta a cada cosa que escribe. Y cuanto más acierta, más sufre y menos necesita. Ni comer, ni dormir, ni nada, solo quiere la palabra exacta de lo que esta viendo. La matalahúga. «La matalahúga la siembra la luna». Por esto el poeta solo quiere el campo, y a solas.Pero hoy el campo, sin José Antonio Muñoz Rojas, ha empezado a morirse, y los que le admiramos hemos empezado a morirnos entre las palabras muertas. ¿Adónde irá lo que fuimos? Puede que a las palabras que nombraron la vida.

Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 3-10-2009

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