Le recuerdo con la barba de Walt Whitman, cubierta de…
Melville
Por ahí hace muchísimo calor, pero aquí se ha nublado, y el día tiene la luz perfecta para estar leyendo. No he podido hacerlo en todo el verano, aunque ya llega antes la noche, lo cual nos va también recogiendo como un rebaño a nosotros, por lo que ahora empieza para mí el tiempo de la lectura.
El libro que tengo aquí al lado, mientras escribo, y que debo devolver a la biblioteca antes del 13 de septiembre, me parece maravilloso. Aún no entiendo cómo he ido dando, sin proponérmelo, con estos escritores, que ahora me entero por el prólogo de este Moby Dick de la colección Aguilar de la de antes, de la encuadernada en piel granate, que se considera a Melville dentro del grupo de los trascendentalistas, de quienes no había oído hablar jamás hasta que he repasado los escritores que están dentro de esta corriente, y resulta que son casi todos escritores a los que, por pura casualidad, fui leyendo y admirando, primero a Coleridge, y sus conferencias sobre los «Espíritus que habitan el arte», y luego Emerson, y después Thoreau con «Walden» y «La desobediencia civil», la cual habría que releer ahora que nos quieren subir aún más los impuestos. Y sigo con Whitman y su barba de mariposas, y ¿por qué no? Dickinson que vivió en ese lugar y tiempo. Me falta Hawthorne y sus «Historias dos veces narradas»: «Construí una cabaña para Susan y para mí, y practiqué en ella un portillo de entrada utilizando una mandíbula de ballena».
Qué maravilla de escritores. Se diría que los grandiosos bosques y las playas de la costa Este americana, hubieran conformado la mejor literatura de la Naturaleza. «Toda la Naturaleza se pinta como una prostituta», pero añade Arturo del Hoyo, prologuista de Moby Dick: «Detrás de esa máscara está lo auténtico, lo blanco». Ellos, desde luego, lo encontraron.
Moby Dick está escrita por Melville con ese individualismo que da eterna universalidad a lo que se escribe.
Mónica Fernández-Aceytuno
ABC, 28-8-2010