NAUFRAGIOS

NAUFRAGIOS

Ha empezado a llover en esta tarde de jueves de una manera sosegada, tibia y tranquila, mezclada con un aire del suroeste que calma más que sopla.

Pero ha sido tal la galerna que por aquí ha pasado que los árboles se han caído en el monte, y en el mar se han levantado olas como montañas.

Me asombra que salgan al mar los pesqueros en estas condiciones, o a lo peor estaban ya en el mar cuando sobrevinieron esos vientos de cizalla que daban vueltas sobre sí mismos y hacían sonar todas las ventanas mientras los rayos resquebrajaban la oscuridad del cielo, y los truenos las nubes.

En estas terribles condiciones, suelen seguir a los pesqueros las que son nuestras más diminutas aves marinas y que llaman los marineros “paíños del mal tiempo” porque les gusta tanto el aceite que flota en el mar con los descartes de pescado, que los paíños les siguen entre las tempestades con un vuelo errático que recuerda al vuelo de las mariposas.

Conocen tan poco esta aves marinas al hombre de tierra adentro, que cuando alguien descubre un nido de paíño en un islote de fuera de puntas, que es la roca que asoma más alejada de la costa, se da cuenta asombrado de que el ave no le tiene miedo, y se deja tocar tranquilamente las plumas, que desprenden un olor característico en esta ave pequeña como un gorrión que cuelga sus patas palmeadas sobre las olas.

Más valientes que Álvar Núñez Cabeza de Vaca en su «Naufragios», me parecen estos hombres del mar que la otra noche, la más infernal de las noches, naufragaron frente a Cabo Prior, donde sólo consiguen sortear las tempestades, los diminutos e inocentes paíños del mal tiempo.

Mónica Fernández-Aceytuno

Fondo de Artículos de

www.aceytuno.com

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