NIDO CURIOSO

EL NIDO MÁS CURIOSO

Vuelan los pájaros haciendo el nido. Puedo saber dónde lo esconden siguiendo su ir y venir desde el charco de barro hasta la cuadra, de las salvias a la hierba alta. Qué fácil es encontrar ahora nidos de pájaro.

Quizás el más curioso, el nido más raro, es el que hace el pájaro moscón: un pájaro pequeño de colores pardos que construye un nido blanco en las riberas con esa borra algodonosa que envuelve a las semillas del chopo y del sauce. A veces, sueltan los árboles tantas pelusas, tantas semillas, que parece que ha nevado sobre el agua y, así como llenan las calles de la ciudad en primavera, llenan las orillas, y tapan a ese río que arrastra a la semilla por donde quiere y no quiere.

El pájaro moscón las atrapa cuando bajan a cámara lenta, volando, de una rama, semillas vestidas de novia, o ya en el suelo, o sobre el río, las alcanza, y con ellas va tejiendo su nido blanco de algodón, y lo cuelga del árbol, en la copa del mismo chopo que quiso ahuyentar con el viento sus semillas.

Ya en las junqueras, hay otro nido, hecho con hilos de araña. Lo construye un pájaro pequeñísimo, no tendrá más de diez centímetros, llamado buitrón, de colores pardos y con algún tono rojizo en las plumas y un vuelo tan ondulado que cada vez que se apoya en el aire para dar un aletazo, suelta una nota: chip…chip…chip…se oye en las vegas herbosas, en las marismas, y sobre los juncos entre cuyos tallos suspende el buitrón, ladrón de arañas, en forma de bolsa profunda, su nido.

¿Será el nido más curioso el que no existe? El chorlitejo chico hace su puesta en las orillas pedregosas de los ríos o en los cantorrales o en los arenales de guijarros y es imposible saber qué es huevo y qué es piedra a no ser que veamos ir y venir a este pájaro que apeona, y se hace el herido, para alejar el peligro de los huevos protegidos por un nido imaginario.

Habría que nombrar también al trepador azul de los bosques, el que tiene una banda que le recorrre hacia atrás los ojos como si llorara, volando, lágrimas de un azul más oscuro, el que trepa por los pinos cabeza arriba o cabeza abajo, suele hacer reformas en los agujeros que encuentra en los árboles, como si le agobiara la luz en el nido, y los estrecha con barro, y los adapta a su medida. Pero, según el profesor Purroy, no hay que alejarse de la ciudad para encontrar nidos curiosos: el de la urraca blanca y negra, el córvido pío, es un cuenco de barro que tiene una cúpula, una bóveda de palos que, a modo de travesaños, protege el nido por arriba. O el de los gorriones que, teniendo tan cercca esa estela de materiales que deja el hombre a su paso, no los usa. Parece que son aprovechados por el milano negro en cuyos nidos se puede encontrar tal variedad de objetos…cuerdas, lanas, hojas de periódicos, alambres perdidos…que recuerdan estos milanos a Custodio, el trapero de “La busca” de Pío Baroja.

Sin embargo, el gorrión común, el pájaro que ha seguido al hombre hasta las ciudades, sigue siendo en el fondo aldeano, porque conserva aún en sus nidos su afición por las hojas las ramas las semillas. Cuentan que en primavera salen los gorriones de la ciudad y se acercan a esos rebaños de ovejas que trashuman por los alrededores. Tras ellas, recorren los gorriones espinos y alambradas con la esperanza de encontrar, enganchada, la lana de las ovejas. La agarran entonces con el pico y la llevan volando ya sobre las autopistas y los coches para tapizar el interior de ese nido escondido en el hueco de un edificio, y que es todo su recuerdo del campo.

Mónica Fernández-Aceytuno

Blanco y Negro, 5-3-2000

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