Recogí el ancla con prisa, y lentamente, al ralentí, me acerque al pez…si, si, al pez, la aleta no era de ningún cetáceo sino de un tiburón peregrino, un pez enorme, de algo más de 5 metros, algo mayor que la propia embarcación.

Recogí el ancla con prisa, y lentamente, al ralentí, me acerque al pez…si, si, al pez, la aleta no era de ningún cetáceo sino de un tiburón peregrino, un pez enorme, de algo más de 5 metros, algo mayor que la propia embarcación.

Recogí el ancla con prisa, y lentamente, al ralentí, me acerque al pez...si, si, al pez, la aleta no era de ningún cetáceo sino de un tiburón peregrino, un pez enorme, de algo más de 5 metros, algo mayor que la propia embarcación.
Página 10 de 37